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Lento, va cayendo lento

Noche cerrada. Silencio. No hay nada. No hay nadie. Una luna llenísima se encarga de alumbrar solo el costado de las formas. Primero comienza a escucharse un traqueteo que luego se transfigura en un tren. En el tercer vagón, vienen Daniel y Mariana. Todavía no se conocen. Mariana intenta leer el primer tomo de En busca del tiempo perdido . Va por la mitad. Cada tanto levanta la cabeza y mira la ventanilla. Daniel pareciera que escucha heavy metal al palo. Pero está en otra. Mira y no mira. Se le entrecierran los ojos. Cada tanto cabecea. Un frenazo brusco lo hace despertar. Afuera, todo igual. El tren se queda inmóvil. Se saca un auricular. Pregunta qué pasó. La única que parece escucharlo es Mariana. El resto está quieto. Quizás demasiado quieto. Cierra el libro y se levanta para ver de quién es esa voz. Y ahí está Daniel y sus ojos bien abiertos. Se le escapa una sonrisa que despierta en el otro una reacción similar. Se quedan un rato así. Mirándose. En silencio. No hay nada. No ha
Entradas recientes

Subterránea

Viernes 21:25 El instructor de Yoga más derecho que vi en mi vida y la mujer con los ojos más enamorados de todo el vagón. Ella lo mira fijo, él mira al piso. La fotocopia número uno de oficinista canta canciones de cancha como si quisiera salirse de ese traje en ese mismo instante. Vos. Nos sostenemos la mirada durante un rato, me gusta cómo mirás, mirás adentro, mirás profundo. El nene descalzo me deja unas gomitas para el pelo. Tenemos a la expulsión capitalista enfrente y nadie parece ni siquiera notarlo. Para él es lo mismo que sea viernes. Ellas, perfumaditas, pintaditas, y arregladitas. Chicas bien. Te reís. Se les nota en la cara. Esa sí va a ser LA NOCHE. La fotocopia número dos desvencijada sobre el asiento duerme con la boca abierta, mientras un hilo de baba cae sobre su camisa blanca. Dos casi treintañeras poniéndose al día. Él te dejó ir, él se la pierde, ya va a volver arrepentido. Todos vuelven es cierto. El gordito barbudo suda esfuerzo y esperanza de q

Los pies del hombre tendido en el piso

Lo vi llegar con su boina a eso de las seis y media . Venía arrastrando los pies, caminaba con la espalda desvencijada. Miró a donde estaba yo y levantó la mano a la vez que casi sonrió. “Buen día , Don Olegario”, le dije mientras repetía su gesto desde la vereda de enfrente. Giró y abrió con calma las tres cerraduras de la reja, luego la puerta del local y entró en ese universo de cadáveres mecánicos. El día venía flojo. No había mucha gente por la calle. Y es que el frío daba ganas de quedarse un rato más, sobre todo un sábado. Solo había vendido dos o tres diarios. Me cebé un mate. Chupé con ganas, estaba demasiado corto, le había puesto mucha yerba. Prendí la radio, decían que había 7 grados. Me cerré la campera hasta arriba y metí las manos en los bolsillos. En eso dobló a toda velocidad un auto. Era un Honda rojo de película. Frenó de golpe a la altura de mi kiosco, se bajó la ventanilla, y una vocecita preguntó por Don Olegario. No me animé ac

Gualicho

“La barca pasó y el río quedó, al fin, quieto.” La pequeña novia del carioca Abrió la tercera puerta. De nuevo, mármol, piedra y tierra. Había alguien. Quiso preguntarle pero no le salió la voz. Cuando pudo emitir sonido, ya estaba sola de nuevo. Volvió a abrir otra puerta, vio gente que se estaba yendo. Una mujer le dijo que estaban cerrando. Ella respondió que tenía que llegar a tiempo. -Ya van a apagar las luces, mejor va a ser que salgas, se pone todo feo cuando cae el sol. -Tengo que llegar, es un lugar como este. -Acá todos los lugares son iguales. Mejor va a ser que te vayas. Dijo y salió por otra de las puertas. Corrió en esa dirección, abrió buscando el rastro de aquella mujer, pero estaba sola de nuevo. La habitación era idéntica a la de antes. Se sentó en el piso y prendió un cigarrillo. Una voz masculina le pidió fuego. Se estremeció. Era una voz familiar. Levantó los ojos y en un principio no vio a nadie. Sintió una mano que se posaba en su homb

Bajo consumo

Una sola luz en la cuadra late. Viene del edificio de monoambientes, del sexto piso. Él se levanta del colchón, se acerca a la heladera y toma agua. Su acompañante, con un cigarrillo apagado entre los labios, busca algo en una cartera. Saca un encendedor, lo prende y va por el cenicero, para luego sentarse en el colchón. Él pasea sus ojos por la habitación: primero el reloj de pared, después ella, y por último la ventana. Sopla, mientras se rasca la cabeza. Interrumpen el silencio de la noche unos pasos. Son pasos sutiles, femeninos, taconeados. Frenan en la entrada del departamento y desaparecen en el hueco del ascensor. La lámpara titila. Él se pone en puntas de pie para ajustarla, pero no apaga la luz, así que se quema los dedos. Habían llegado hacía un par de días unas de bajo consumo que teñían el ambiente de una luz sin gracia. Él necesitaba más intensidad, por eso, a pesar de las quejas de ella, había ido a la ferretería con el fin de volver con las que mayor potencia tuviera

Jijiji

Final del recorrido. Estación terminal, Catedral. EL móvil queda fuera de circulación. Por favor descender. Se levantó de su asiento e intentó acercarse a la puerta. Tuvo que atravesar la maroma de brazos, piernas, y cabezas que se contorneban acrobáticamente para poder encajar. Mientas el subte lentamente frenaba, uno de las tantas fotocopias de oficinistas sesentones aprovechaba para posar su miembro en su parte trasera. La masa la expulsó del transporte, y no tuvo otra opción que formar parte de la maratón de oficinistas desesperdos por llegar a tiempo a la superficie. El aire era sustancialmente diferente del que la había sofocado en el submundo. Corría una brisa agradable de esas que despejan las ideas o pueden llegar a enturbiarlas. Comenzó a caminar hasta la esquina de la Catedral, y decidió cruzar la plaza en diagonal. En dirección contraria, venían otras fotocopias que tenían los ojos como desencajados. Los miró sin ver y siguió su camino. Un aroma entre dulzón y amargo